No hay duda de que vivimos en el más ruidoso de los mundos. En el
campo o la ciudad, cada mañana nos despiertan las sirenas de las
ambulancias, bomberos o policía, con más fuerza que el propio
despertador. Entablar una conversación por las calle es, en
demasiadas ocasiones, una tarea imposible. Siempre habrá algún tubo
de escape de moto que nos haga torcer el gesto y agudizar el oído
para poder seguir la conversación de nuestro interlocutor Cada día,
hay más jóvenes que pasean con sus MP3 o MP4 "enganchados" a sus
orejas.
Éste fin de semana he estado en una de las múltiples fiestas que se
celebraban en distintos municipios asturianos. Allí, en la plaza de
pueblo, también había ruido. Un grupo de gaiteros se esforzaba sin
mucho éxito en que escucháramos las canciones que tocaban. Grupos de
personas se reían e intentaban charlar levantando la voz. La sidra
chisporroteba contra el fino cristal de los vasos... Por un
instante, me quedé absorta y desconecté de todo lo que me rodeaba.
Con la mirada fija en el balcón desvencijado de una de las casas,
sentí en mi cara el pálido rayo de sol del atardecer otoñal y
entonces, comencé a oír mi música interior. Era una melodía que nada
tenía que ver con el sonido de las gaitas, ni con la algarabía de
alrededor. La música era suave, tranquilizante, placentera, una
especie de new age. Sentí una paz infinita que se rompió de repente
por la voz cantarina de una niña de unos ocho años que tarareaba una
canción del grupo de gaiteros. Y fue en ese momento, cuando comprendí
por qué al ser humano le gusta vivir entre ruidos: la televisión,
dormir con los auriculares de radio, poner la música a decibelios
insoportables, el barullo de las concentraciones humanas…creo que
muchos tratan o tratamos de huir, de esa forma, de nuestros propios
pensamientos. Sentimos miedo a lo que puedan decirnos. Tenemos pavor
a nuestras propias emociones; a hundirnos en la miseria de una
realidad que no nos gusta, que quizás sea demasiado vulgar o
terrible. Tememos al espejo fiel e insobornable de nuestra
existencia...
Yo me sentí mejor que nunca al son de esa música interior. De ahora
en adelante, afinaré mis sentidos para lograr oírla más a menudo. Tal
vez, sea la puerta para lograr LA PAZ DEL ALMA.
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