Atravesó el hall de su casa envuelta, todavía, en ese perfume tan peculiar que dejan en las peluquerías a productos para el pelo. Se dirigió hacia su cuarto, con paso acelerado pues aún tenia la camiseta mojada de lava-cabezas, lo que le produjo un cierto escalofrío. Una vez allí, se fue directamente al baño, a mirarse en ese espejo cómplice que le devolvía la imagen que más o menos ella reconocía y aceptaba. Desde luego, no todos son iguales. Hay espejos de muchos tipos. Los hay en los que te puedes mirar de frente, sin miedo; otros, sin embargo, tienes que hacerlo de reojo y a media luz, por que te distorsionan demasiado. Se acarició suavemente, la melena, larga, lisa y a la que la luz reflejaba un tono rojizo y brillante. Se fijó en sus manos de “mujer virginal” que siempre le dejaba la manicura francesa: piel blanca, dedos largos y finos, uñas pintadas en blanco roto. Observó su cara con aquel corte de pelo”cómo me parezco, ahora, a mí madre” Hay que ver lo mucho que mandan lo genes, pero no tanto, que lleguen a ser una dictadura absoluta, sin dejar resquicio para que la vida te cincele de algún modo. Evidentemente, ella, también te moldea golpe a golpe sin rastro de sentimiento, pensó. O, quizás, sí por que el amor y la tristeza, también lo habían hecho.
Abrió el armario y husmeó entre las perchas, eligió una camisa de raso negro con dibujos en verde pistacho y fucsia, una de sus favoritas. Abrió también un gran cajón con ropa interior. Buscó con mirada inquieta las prendas adecuadas para la blusa. Del pantalonero, extrajo un pantalón de algodón chino, también en negro. Se vistió despacio, primero se calzó el pantalón y volvió al espejo, ésta vez uno mayor que ocupaba toda la pared de fondo de la habitación. De frente, de perfil y de espaldas. Genial, le hacia el trasero alto y respingón que siempre quiso; luego, la camisa de raso frío pero suave como una pluma. Se abrochó los botones, despacio, uno a uno: eran demasiado pequeños como para alguno se le despistase y dejara algún hueco al descubierto.
Volviendo al cuarto de baño para maquillarse, se limpió, primero la piel del rostro con algodoncito empapado el tónico facial. Cogió el cepillo de dientes y se los lavó durante un buen rato (una de sus manías) Después, con el frasco de maquillaje en la mano,presionó el difusor del que salió una gota del tamaño de una lenteja. Se lo extendió. Ojeras, nariz, mejillas…en un cajón atiborrado de cosméticos, rebuscó un perfilador de labios de color rosa-palo, se aplicó la barra del mismo tono pero que dejaba unos destellos plateados. Ya casi había terminado. Un leve toque azul para los ojos y dos golpes de brocha en los pómulos. Voilá, perfecta ¡! Le faltaba ponerse los zapatos, pero eso no tenía que pensárselo ni un instante, seria sus francesitas de charol. Charol, siempre charol. Ya se iba cuando tuvo el presentimiento de que se olvidaba de algo importante. Ah, sí, la colonia ¡! Nunca salía sin su olor favorito “ Eau d’énergie”
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